"CONTAGIARSE DE ENTUSIASMO" é o título dun dos apartados da reportaxe ¿Es que ya nadie va a ilusionarse? de Xavier Guix, aparecida esta fin de semana no PAÍS SEMANAL, que comeza con esta frase:
"Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma" (Albert Schwitzar)
El sustantivo entusiasmo procede del griego enthousiasmós (ἐνθουσιασμός), formado sobre la preposición en y el sustantivo theós (dios), lo que suele traducirse como el ser habitado por los dioses, o por las energías creadoras del universo. El entusiasta tiene el poder de crear dentro de sí mismo y, lo mejor, contagiarlo a los demás. Esa es una de las claves del éxito en la vida. El entusiasmo tiene la mayor capacidad de influencia, mientras que el desánimo ahuyenta. El entusiasta que no vende humo despierta luz en los demás.
La primera ocurrencia errónea, cuando se habla de estas facultades, es considerarlas propiedades naturales o genéticas. Pero el entusiasmo es energía creadora, una fuerza generativa voluntaria. La tenemos todos, porque todos, en algún aspecto, hemos sentido su fulgor ante expectativas ilusionantes. Lo único que puede degollar su presencia son las creencias limitantes; aquí podríamos inscribir los "no puedo", "no sé", "no servirá de nada", "es imposible", "es muy difícil"...
¿Para qué entusiasmarse ante tantas dificultades como nos pone la vida? Para convertirlas en posibilidades. ¿De qué sirve el entusiasmo cuando no se tiene trabajo? Pues precisamente para crear mejores condiciones para conseguirlo. Seligman confirmó en sus estudios que el entusiasmo se encuentra en aquellos individuos que piensan que hay que vivir plenamente cada momento de la vida, evitando el abatimiento y la indefensión.
En cambio, ¿qué se puede esperar del que no cree en sí mismo? ¿Qué acaba contagiando aquél que anda todo el día indignado? No quisiera con ello mostrarme poco sensible ante el sufrimiento de muchas personas, entre los que incluyo a familiares propios. Tampoco propongo brindis al sol y mantenernos ingenuamente contentos, pero engañados. Solo me pregunto: ¿Cuánto tiempo queremos permanecer encerrados en el sufrimiento? ¿Tiene alguna utilidad? ¿Cómo salir de ahí?
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